sábado, 29 de octubre de 2016

Relatos de un Inmigrante



Mi nombre es Manuel,Manuel Enríquez Morales, pero todos me dicen Manolo, y nací en España, en el pueblo de Huerta de Valdecarabanos, y voy a contaros una historia, tan bella como insólita que ocurrió en el ya lejano año de 1912.Vosotros juzgareis si la encontráis interesante o no, pero sí os digo que vale la pena leerla.
Llegué al pequeño pueblo de Preston en febrero de 1912; Qué cómo mis pobres huesos fueron a dar, desde la apartada España hasta este ignoto lugar de Cuba, es cosa que os contaré en otra ocasión.
Os haré ahora un breve bosquejo del lugar donde ocurrieron los hechos. Está Preston enclavado en la península de Punta de Tabaco, que hiere como un cuchillo a la hermosa Bahía de Nipe, haciéndola en ese punto, más estrecha. En 1906 comenzó a funcionar una fábrica de azúcar, que es el corazón de este hermoso lugar, y que pertenecía a la United Fruit Company. El emprendedor norteamericano Andrew. W. Preston fue su fundador.
Contaba Preston en aquellos felices días, con no más de 900 habitantes, en su mayoría cubanos venidos de los más inverosímiles lugares de la isla, y con una colonia de inmigrantes en la que había desde españoles hasta japoneses, cosa esta que le daba a aquel punto perdido en el mapa de Cuba, una connotación cosmopolita....Así de irónica es la vida.
La punta que hería las aguas de la bahía, señalaba el norte, por lo que las calles fueron hechas de sur a norte, y denominadas con las letras del alfabeto: A,B,C... Había un puente que nacía en tierra firme, e iba de norte a sur, y en su salida comenzaba la carretera (o camino), que enlazaba a Preston, con Mayarí y a su vez, dividía al pueblo en dos, y los norteamericanos, tan imaginativos como emprendedores, le llamaron a una parte "New York" y a la otra" Brooklyn". En esta última zona, radicaban inmigrantes de cualquier nacionalidad que uno se pueda imaginar, aunque predominaban los jamaiquinos. Solamente me falta decir que los norteamericanos vivían en la parte norte, y que a esa zona residencial, le pusieron "La Séptima Avenida", y en esa época, contaba con 7 u 8 casas muy bonitas, rodeadas de hermosos jardines, y muy amplias, todas de madera. En el centro del pueblo, había una hermosa iglesia católica, toda blanca y con un campanario semejante a las que existen en la parte sur de Estados Unidos. En su interior había tres hileras de bancos, y el altar mayor, tenía detrás un retablo de maderas preciosas, donde había una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y otra de la Virgen María, como vencedora de las tentaciones, las dos hechas por artistas españoles, y en el centro, un cuadro con la imagen de Santa Teresa De Jesús, ya por esta época, nombrada como la Patrona del lugar(Preston).Al lado de la iglesia, había una fonda propiedad de un chino, que tenía el romántico y sugestivo nombre de "La Flor de Asia", y donde se podía comer abundantemente, por apenas unos centavos. Ya conocéis el lugar, pasemos ahora a los hechos.
La brigada a la que pertenecía, se encontraba trabajando en lo que años después sería el malecón de Preston, cuando más o menos a las tres de la tarde, llegó Mister James, el capataz americano, con la triste noticia, de que se suspendían los trabajos hasta nueva orden, palabras que cayeron sobre nosotros, como un balde de agua fría, pero ni modo, cobraríamos al día siguiente nuestra magra liquidación y a otra cosa. Como era viernes, decidí ir a la iglesia para meditar sobre mi futuro, aprovechando la paz que brinda ese sagrado lugar.
Dos señoras había dentro de la iglesia, cubiertas sus cabezas por negros velos y rezando un rosario, que ya se encontraba en las letanías. Para gozar mejor de la luz que entraba a raudales por los vitrales, me senté en la parte de atrás, y comencé a musitar una oración. Pero era tanto mi cansancio, que me quedé dormido. Me encontraba soñando que corría por las ruinas de un castillo en Huerta de Valdecarabanos, cuando sentí que una mano suave se posó sobre mi hombro derecho, y una voz angelical me decía en español, pero con acento extranjero: -Despierte, Señor, que van a cerrar la Iglesia... Levanté la cabeza
y vi el rostro de mujer más bello de mi vida... Dada la hora (ya estaba oscureciendo y había una tenue luz dentro de la iglesia), pensé que era un ángel, os lo juro... Me puse de pie, y apenas con un murmullo le di las gracias, y ella, con una dulce sonrisa en sus labios carnosos y rojos, que servían de marco a unos dientes nacarados, me dijo: -No megrece la pena, señogr...Y acto seguido salió de la iglesia.
Yo caminé hacia la puerta, y pude observar que la esperaba un caballero, el cual depositó un beso en su mejilla, y luego ella entrelazó su brazo con el de él, y salieron caminando, muy juntos, rumbo a la calle A.
Cuando bajé los escalones de la iglesia, me encontré con un amigo cubano que siempre estaba informado de todo lo que ocurría en el pequeño pueblo, y le pregunté: -Oye Juan, sabes quién es esa joven tan linda?, y él me contestó: -Sólo sé que se llama Elizabeth, y es la esposa del Ing. jefe americano, que creo que se llama Ted, o le dicen Ted.-Gracias Juan, le respondí, y me fui a dormir a la casa de empleados.
A la mañana siguiente, fui a cobrar mi liquidación a la oficina central, y me enteré que estaban pidiendo hombres para trabajar en la Avenida, que como sabéis, era el lugar donde vivían los americanos. Partí rápido para allá, y cual no sería mi sorpresa, al darme cuenta que el que estaba contratando, era el caballero que Juan me había dicho era el esposo de la linda joven de la iglesia. Me entrevistó, y me dijo que sí, que yo reunía las condiciones para el trabajo, que consistía en hacer las calles interiores de esa zona, y que iban a comenzar a las 2 PM.

Regresé a la 1 y 30, y comenzamos a trabajar; éramos 6 hombres abriendo la calle a golpe de pico, lo cual no era fácil... A las 4 más o menos, salió una mujer negra de mediana edad, de la última casa en línea, trayendo en las manos, una bandeja con vasos y una jarra de limonada, que nos ofreció diciendo, en español chapurreado: -Mi ama les manda esto,... ella viene... y vimos aparecer a Elizabeth con un vestido rosado que destacaba su hermosa figura, y tocada con un ancho sombrero que evitaba que el sol castigara su gracioso rostro. Intentaré hacer un retrato de esta bella mujer.
Era Elizabeth una joven de entre 25 a 30 años, de ojos intensamente azules, los cuales daban vida a un rostro perfecto, donde destacaban también unos labios rojos como la grana y una nariz que le daría envidia a una diosa griega; su piel, de un color rosado resplandecía por su delicadeza, y destacaba sobre todo, en su erguido cuello, coronado por una orgullosa cabeza, portadora a su vez, de la más sedosa y frondosa cabellera rubia que he visto jamás. De una estatura más que regular, Elizabeth poseía amén de los atributos ya descritos, una elegancia y nobleza en su mirada, que sólo se adquieren por herencia de clase. Si a todo lo anterior le sumamos que Elizabeth tenía un corazón lleno de bondad, y que siempre buscaba la forma de ayudar a los demás, llegamos a la conclusión de que era una mujer excepcional.
Sin embargo, esta mujer excepcional, bella, culta, rica, casada con un buen hombre que la amaba, no era feliz, o para ser más exacto, no era completamente feliz. El domingo de esa
Semana fui a misa de 7. La iglesia a una hora tan temprana, estaba casi vacía, a pesar de lo cual, me senté como era mi costumbre, en la parte de atrás, desde donde pude apreciar que Elizabeth estaba en la iglesia, sentada frente al altar y junto a ella, su esposo. Al terminar la ceremonia, yo me dirigí a la sacristía, a charlar con el Padre Isidro, mi compatriota y me percaté que Elizabeth caminó hasta el retablo, y se paró frente al cuadro con la imagen de Santa Teresa. Sólo estuve 10 minutos en la sacristía, y cuando salí por la puerta de la derecha, me detuve al escuchar la melodiosa voz de Elizabeth, que con un acento de súplica decía: - Please, Mother Teresa, help me…I need a son! I promisse you that I’ll bring to this church an image of you! Please! Y sentí una gran pena por ella, al escuchar sus sollozos, sus tremendos deseos de ser madre, pero al mismo tiempo, la admiré por la gran fe que demostraba en Santa Teresa. (Aclaro a mis lectores, que yo entiendo perfectamente el inglés, idioma que aprendí durante mi estancia en Gibraltar, territorio que como sabéis, está ocupado por los ingleses).
Ese mismo día, supe por boca de Clarence, la fiel sirvienta de Elizabeth, que su ama no podía tener hijos; Que la habían visto los mejores médicos de Estados Unidos y Europa, y que el dictamen había sido el mismo: Ella no podía engendrar…Dos días después de los hechos que acabo de narrar, Elizabeth partió de Preston en un paquebote de la United Fruit Company y no la volví a ver, hasta pasados 15 meses.
Transcurría un apacible domingo de octubre de 1913, cuando me bajé de una carreta luego de haber pasado el puente, en la calle A. Venía de Mayarí, y estaba lleno del polvo del camino, desde mis alpargatas, hasta la boina que cubría mi cabeza, y casi tropiezo con dos señoras que corrían. Ellas me pidieron disculpas diciendo: -Perdón, señor, no lo vimos de tan apuradas que estamos. Y yo les respondí: -No, señoras la culpa fue mía…Pero, con todo respeto, a dónde vais tan apuradas? Y ellas me contestaron: -A la iglesia señor donde van a coronar a la Santa Patrona. Acaso no sabéis qué día es hoy? –Sí,-dije- Hoy es 15 de octubre. –Pues eso…Respondieron ellas, y siguieron su marcha a buen paso.
Me dirigí con rapidez hacia la iglesia, motivado por lo que me habían dicho las amables señoras, y cuando llegué, cual no sería mi asombro al ver, una inmensa y bella estatua de Santa Teresa de Jesús, encima de una tarima de madera que sostenían cuatro caballeros. Un ramillete de flores colgaba de la mano de la Santa, en la cual, firmemente sujeta, estaba la pluma como símbolo de su abogacía dentro de la iglesia católica, y a sus pies, un manto de flores. La numerosa concurrencia cantaba loas a Dios y a la Santa, y en medio de ella, destacaba una mujer vestida de blanco y con un niño pequeño en sus brazos, de unos cinco o seis meses de nacido, rubio como ella, y esa mujer como ya seguro habéis adivinado, era Elizabeth! Elizabeth que había concebido! Elizabeth que había cumplido su promesa (que yo había escuchado), de traer hasta este remoto lugar una imagen de Santa Teresa de Jesús en el día de su fiesta! Había ocurrido realmente un milagro? Se habrían equivocado los médicos de dos continentes en su diagnóstico? No lo creo, pero sí creo lo primero. Que vosotros mis amables lectores crean o no, es un asunto vuestro, de vuestro albedrío. Doy fe de que todo lo que he narrado, es cierto. Me despido, hasta mi próximo relato, si así lo decide Dios. Confiar y esperar.
Dedico este cuento, a la memoria de la Señora Chicha Campo, católica emérita de Preston, que me narró la historia de la señora americana que concibió en Preston, en 1913, por un milagro de Santa Teresa de Jesús, y del cual ella fue testigo, pues como una niña de 13 años, se encontraba presente aquel 15 de octubre de 1913. El nombre de Elizabeth fue creado por mí, como parte de los recursos literarios usados; el resto que incluye la descripción de cómo era Preston en los días previos a la primera guerra mundial, son reales y fueron obtenidos en diferentes entrevistas, a personas muy ancianas de Preston, que lamentablemente ya han fallecido. Es una verdadera lástima que un pueblo y fábrica de azúcar, tan bonitos, estén en el triste estado de hoy, donde hay partes que parece que han sido bombardeadas, porque Preston en 1959, contaba con todos los recursos de una pequeña ciudad. La historia dirá la última palabra.

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