domingo, 29 de abril de 2018

Mis pesquerías en Preston. Una aventural increíble con un final milagroso. Segunda parte y final.

                       Una aventura increíble con un final milagroso, segunda parte y final.
Cuando enfilé hacia el pesquero, pude apreciar la estrellada bóveda celeste que me acompañaba en el trepitante viaje, pero también observé hacia el Este, la negrura del cielo más allá de la entrada de la Bahía y Saetía, por donde en una hora y media, calculé, aparecería Febo, brindándonos su luz y calor.
Con el motor a toda marcha, la chalana se deslizaba rauda, y la proa partía el agua quieta, como un cuchillo, desplazando a ambos lados, miríadas de organismos vivos que se destacaban por la ardentía por sobre la la sombra oscura de las aguas del mar. Fue en ese momento en que aproveché para 'desayunar" mi magro pedazo de pan, acompañado por sorbos de agua con azúcar parda y que culminó con un sorbo de café frío y el encendido de un cigarrillo...
A pesar de tantas y tantas veces que había navegado de noche-madrugada, siempre admiraba ( o he admirado ) la belleza del momento, impactado por las miles de sombras que se destacaban en lontananza bajo la tenue luz de las estrellas y la fría y acogedora luz de la luna; los contornos de las elevaciones, entre las que se destaca la del Ramón de Antilla, detrás de la cual está el histórico Faro de Punta Lucrecia, anunciando a los navegantes con su amarillenta luz, el peligro de los arrecifes, el cual por supuesto, no se aprecia desde el interior de la Bahía; también los saltos de las lisetas espantadas por el ruído del motor y el desplazamiento de la embarcación, que venían a turbar el impulso de sus cardúmenes...La pesca de noche no deja de agregar a su peligrosidad, el misterio que acrecienta la oscuridad y lo desconocido.
Cuando localicé el pesquero, no sin trabajo, pues algunas de las 'marcas" ( Luces y sombras a la distancia, no son fáciles de distinguir ) y por supuesto, con el motor apagado y utilizando los remos ( remando hacia adelante ). Y cuando supuse que estaba en el "lugar" más o menos, tiré el ancla, un pesado hierro al cual le habían soldado cuatro pedazos de cabilla, las cuales tenían la función de enterrarse en el fondo del mar y evitar la "deriva" de la embarcación, deslizándose la soga por mis manos llenas de callos a una gran velocidad, arrastrada por el peso, hasta que se detuvo por la llegada del ancla al fondo. Apenas me quedaron cuatro metros de soga, pues la profundidad era muy grande: El nombre de "Hondón" le quedaba muy bien puesto al pesquero, pues era considerable la profundidad en ese lugar, por donde "corrían" grandes peces como Cuberas, pargos, sierras y hasta tiburones. Terminada esta maniobra y ya con el claro del día encima ( ya el sol comenzaba a asomarse adornado por una gran aureola anaranjada ) y las sombras casi se habían disipado por completo, para dar paso a la luz del día, por lo que comencé de inmediato, a encarnar los anzuelos de los cordeles "grandes", que tenían anzuelos del 14 y el 15 cero, con una liseta y que lancé por la popa, lejos de la embarcación, para ver si algún pez de buen tamaño picaba en ellos. Seguidamente encendí un cigarrillo y encarné los anzuelos de mis dos "fuetes" ( dos anzuelos en cada uno, un dos cero abajo, y a un cuarta y media más arriba, un tres cero ), los cuales comencé mover para llamar la atención de los peces.
El día "parecía" bueno para pescar; el viento era suave y la luz clara, pero me llamó la atención cierta "opacidad" en el sol, y la formación de nubes grises hacia el este y hacia el oeste, pero no les di importancia en ese momento. No "picaba" nada. Pasaban las horas y nada. Sobre las 10 am, uno de los carretes corrió indicando que algo había picado y lo cogí tirando con fuerza y sentí un tirón el cual aguanté para luego darle un poco de cordel, pero no me pareció un pez muy grande...Seguí recogiendo el cordel, y embarqué una hermosa biajaiba como de unas cuatro libras, le quité el anzuelo, volví a encarnarlo y lo tiré de nuevo al mar. Seguían pasando las horas y no pescaba nada, pero el día se había nublado. Calculo que, sobre las 11 am, me dieron una picada fuerte en uno de los fuetes, sentí un fuerte tirón y comencé a recoger el cordel, que sonaba sobre la banda por el esfuerzo y logré embarcar dos curvinos ( aquí le llaman "corvina" ), grandes de más de dos libras cada uno. Les quité el anzuelo, los encarné y lancé hacia abajo de nuevo, pero ya el otro fuete se iba "corriendo" hacia abajo con dos curvinos pegados, tan grandes como los anteriores...No daba a basto ante aquella "picada" tan fuerte y seguida, por lo que deduje que tenía un gran cardúmen de curvinos debajo de mí. El que lea esto y no ha pescado nunca en un bote, no puede imaginarse lo que se siente en esta situación, la "adrenalina" que siente el pescador, el esfuerzo que realiza, la emoción que lo embarga...Yo estaba tan entretenido, tan emocionado sacando más y más curvinos, que no me había percatado de cómo había cambiado el tiempo...La marea estaba llenando y la oscuridad era cada vez mayor a pesar de ser cerca de las 12 pm, y fue entonces cuando sentí un viento frío en mis espaldas, que miré detrás de mí, hacia Preston y no pude distinguir al pueblo, pues una cortina enorme de agua, que venía hacia mí, me lo impedía. Era una gran tormenta en toda la regla y me preparé para capearla con mis limitados recursos. Fui a proa y eché al mar el resto de soga que quedaba, y revisé el nudo en el gancho, al cual le di dos vueltas más, haciéndolo más fuerte. Yo le había puesto una especie de armazón con los tubos de un catre viejo, los cuales estaban atornillados a las bandas y cubiertos por una lona llena de parches para que me protegieran del sol y de la lluvia, pero cuando llegó aquel chaparrón, envuelto en vientos con gran velocidad, los tubos se doblaron, y dos fueron arrancados, ( gracias a Dios que al partirse, se fueron por el lado contrario y no me golpearon ). La mar embravecida en la cual se mecía casi sin control, la chalana, echaba agua hacia su interior, la cual yo sacaba con un cubo negro de plástico, pero por cada cubo de agua que sacaba, entraban dos, a pesar de lo cual, sabía que tenía que continuar sacando agua, pues el riesgo de hundirme era cada vez mayor, porque el viento arreciaba, y yo lo sentía en todas direcciones, pero sobre todo, de sur a norte. No se veía NADA alrededor y los rayos caían uno detrás del otro. Nunca me había visto en una situación tan desesperada en el mar, tanto, que pensé que había llegado mi hora...Rezándole a la Virgen de la Caridad, me amarré a la caja del motor, que era de madera, a modo de "salvavidas", cogí en la mano derecha un enorme cuchillo que tenía y me dispuse a luchar por mi vida cuando se hundiera la chalana...En esa terrible situación me encontraba, cuando, de momento, TODO pasó: los vientos se calmaron, la lluvia cesó y la mar se calmó como por ensalmo...y el sol volvió a lucir brillante encima de mí. Increíble amigos míos: un Milagro me había salvado...Cuánto duró todo aquello? 20 minutos, media hora...no sé. Fíjense si la tormenta fue violenta, que mi chalana fue arrastrada ( con el ancla en el fondo! ) hasta Punta de Verraco!!! que estaba a más de dos kilómetros del Hondón. La soga del ancla resistió y logré sacarla, no sin un tremendo esfuerzo, y alrededor del ancla, había además del cieno del fondo, pedazos de cordeles con anzuelos perdidos vaya ud a saber hacía cuánto tiempo. Me puse a ver qué había perdido, y sólo anoté la estructura de aluminio y la lona vieja, que se había vaya ud a saber dónde. Trasteé el motor y a pesar de que tuve que dar muchos crancazos, por fín arrancó y enfilé hacia Preston, con vida, gracias a Dios y al Virgen de la Caridad y con diez ensartas de curvinos y una biajaiba ( cada ensarta de cuatro pescados). Amigos míos, como bien dije en uno de mis relatos anteriores, Nunca se Sabe, por lo que hay que vivir el día a día con ayuda del Señor.

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